Por el padre Brandon de León

En la Vigilia Pascual todos hemos tomado la luz del Cirio, símbolo de Cristo resucitado, del mismo modo, siempre y en todo lugar hemos de tomar de Cristo la luz y la fuerza para nuestro caminar. Estamos llamados a iluminar la vida de los demás, pero antes hemos de ser iluminados por Él; estamos llamados a amar y perdonar, pero antes hemos de sentirnos amados y perdonados por Él, y entonces sí que difundiremos el Evangelio con audacia y autenticidad, dando abundantes frutos. 

Nosotros los cristianos tenemos mucho porqué alegrarnos, pues, si los judíos cuando celebran la Pascua se sienten protagonistas de la experiencia de la salida de Egipto y la liberación de la esclavitud, cuánto más nosotros que no solo recordamos, sino que vivimos la Pascua de Cristo, la cual se actualiza y se hace presente en la Liturgia de la Iglesia, especialmente en la celebración eucarística donde se renueva el Misterio Pascual de Jesucristo, Nuestro Señor.
 
Centremos la mirada en el Resucitado y démosle cabida en nuestro corazón, puesto que, profesar nuestra fe en Él, es proclamar que la muerte no es el final, ya que Cristo con su propia muerte y resurrección, la ha vencido para siempre. Creer en el Resucitado es vivir su Pascua como nuestra propia Pascua; es dar ese paso de la muerte a la vida nueva en Él, que nos ha liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte y que nos invita a vivir según la libertad de los hijos de Dios; es dar ese paso de las tinieblas a la luz, de la tristeza a la alegría, de la desesperación a la esperanza. En definitiva, es dejar que Cristo pase por nuestra vida y nos llene de su amor y nosotros, correspondiendo a tal don, nos esforcemos por vivir según su Voluntad.
 
Expresamos nuestro especial agradecimiento a todos los benefactores de la AEH y les aseguramos nuestras oraciones, que el Dios de la Vida, que ha resucitado a Jesucristo rompiendo las ataduras de la muerte, nos bendiga y acompañe siempre.