
Por: Pbro. Walter Alfredo García Roquel
Deseo compartir con ustedes, queridos hermanos, esta experiencia única que no esperaba vivir. Como estudiante de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz en Roma, me encuentro realizando una experiencia de voluntariado en la Oficina de Prensa de la Santa Sede. Todo comenzó el año pasado con el consistorio de cardenales celebrado el 8 de diciembre por el Papa Francisco.
Del 24 al 26 de enero se celebró el primer Jubileo para el mundo de los comunicadores. Tuve la oportunidad de participar como estudiante de comunicación y, al mismo tiempo, como delegado de la Secretaría de Comunicaciones de la Conferencia Episcopal de Guatemala (SECCOMSCEG).
El sábado 25 se llevó a cabo un encuentro con el Papa Francisco. Ese día comenzó a las 7:30 a.m. en la Vía de la Conciliación, donde nos reunimos para iniciar la peregrinación hacia la Puerta Santa. Rezamos el rosario y cantamos. Luego participamos en la Eucaristía y nos dirigimos al Aula Pablo VI, donde tuvimos un encuentro con los periodistas María Ressa y Colum McCann. Este encuentro finalizó a las 12:30 p.m. y llegó el momento más esperado: escuchar al Papa Francisco, quien nos dijo:
«Queridos hermanos y hermanas, buenos días, les agradezco a todos por haber venido de tantos países diferentes. Un discurso de nueve páginas a esta hora, con el estómago que comienza a sentir hambre, si leyera las nueve páginas sería una tortura. Yo le daré esto al Prefecto y el será quien se los comunicará, ¿les gustó verdad?»
Y añadió:
«Quería decirles solo una palabra sobre la comunicación: comunicar es salir un poco de sí mismo para dar de lo mío a los demás. La comunicación hoy no es solo salida, es también encuentro con el otro. Saber comunicar es una gran sabiduría. Estoy muy contento con este jubileo de los comunicadores y con su trabajo. Es un trabajo que construye la sociedad, construye la Iglesia y lleva adelante a todos, con la condición de que esto sea algo verdadero. Pero, Santo Padre, yo digo la verdad… ¿pero tú eres verdadero? No solo en lo que dices, sino ¿en tu interior, en tu vida, eres real? Es una prueba muy grande. Pero comunicar lo que hace Dios, el Hijo, y la comunicación de Dios con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es comunicar algo divino.
Gracias por lo que ustedes hacen, gracias. Estoy muy contento. Y ahora deseo saludarlos.»
Este momento dejó a muchos periodistas con un mal sabor de boca. Los comentarios no se hicieron esperar, ya que algunos se quejaban por la larga espera y el breve discurso. A un sacerdote que expresaba su desagrado, le respondí que el Santo Padre estaba atravesando problemas de salud. El 19 de enero lo escuché durante el Ángelus y su voz sonaba cansada; en ese momento, aún se desconocía su estado de salud.
El lunes 27 de enero, los presidentes de las comisiones de comunicación de distintas conferencias episcopales y sus delegados fuimos invitados a una audiencia privada con el Santo Padre. Fue muy emocionante poder verlo, saludarlo y transmitirle el aprecio y cariño de la Iglesia de Guatemala.
El segundo Jubileo que viví fue el de las Fuerzas Armadas, celebrado el 9 de febrero. Todo transcurría con normalidad en la Plaza de San Pedro, y el Papa Francisco comenzó su homilía normalmente, pero a pocos minutos de empezar tuvo que detenerse. Se disculpó por sentirse fatigado y delegó la lectura de la homilía a uno de sus colaboradores. Era un día muy frío, lo que agravó su estado de salud.
Pocos días después, el 14 de febrero, el Santo Padre fue ingresado en el Hospital Gemelli de Roma debido a problemas respiratorios, que derivaron en una neumonía bilateral y varias crisis respiratorias, dos de ellas graves. Después de 38 días hospitalizado, fue dado de alta con la recomendación de guardar al menos dos meses de absoluto reposo en casa.
Ante esta situación, muchos periodistas se acercaron a Roma, y los estudiantes de comunicación que prestábamos servicio en la Oficina de Prensa fuimos convocados para apoyar durante el tiempo de hospitalización del Papa, hasta el 23 de marzo, cuando fue dado de alta.
En lo personal, este año planeaba permanecer en Roma durante la Semana Santa y vivir de forma especial ese tiempo de renovación. Sin embargo, ante la necesidad de un amigo sacerdote en la diócesis de Almería, viajé durante la Semana Santa, regresando a Roma el lunes 21 de abril.
Alrededor de las 10 a.m., ingresando al aeropuerto de Alicante, un amigo paraguayo que me acompañaba recibió un mensaje vía WhatsApp notificando el fallecimiento del Papa. Dudamos y supusimos que podía tratarse de una fake news, pero minutos después la Oficina de Prensa del Vaticano confirmó la trágica noticia.
Ya en Roma, participé en la misa de las 7 p.m. en la Catedral de Roma, ofrecida por el eterno descanso del alma del Papa Francisco. El miércoles 23 de abril, el cuerpo del Papa fue trasladado desde la capilla de la Casa Santa Marta a la Basílica de San Pedro, donde permaneció expuesto hasta el viernes 25 a las 7 p.m. El sábado 26 de abril a las 10 a.m. fue celebrada la Misa de Exequias del Santo Padre y luego el entierro de su cuerpo que fue trasladado a la Basílica de Santa María Mayor. Luego de ello iniciaron las misas de sufragio por el alma del Santo Padre, esperando la fecha de inicio del cónclave.



En los días previos, se especulaba en muchos círculos sobre los posibles papables: algunos mencionaban candidatos de África o Asia, otros apostaban por un italiano. En ese contexto, los medios de comunicación parecían haberse convertido, de pronto, en expertos del cónclave. Sus referencias eran películas como Ángeles y Demonios, El Código Da Vinci, Los dos Papas, o la más reciente Cónclave. Sin embargo, muchos desconocían el verdadero marco normativo que guía este proceso: el documento Universi Dominici Gregis, que regula los protocolos que sigue la Curia Vaticana durante la sede vacante y la elección del Romano Pontífice.
Cuando me preguntaban en la calle quién creía que sería el nuevo Papa, mi respuesta era sencilla: esto es cosa de Dios, y depende de cómo el Espíritu Santo inspire a los cardenales. Aunque, claro está, es importante considerar que en este momento histórico la Iglesia atraviesa un proceso profundo de transformación y diálogo. Por eso, antes del cónclave, los cardenales se reúnen para evaluar y reflexionar sobre los retos que deberá asumir el nuevo pontífice.
El miércoles 7 de mayo escuché la homilía de la Misa pro eligendo Pontifice, y en mi corazón resonó profundamente el misterio de la vocación. El Evangelio decía: “No fueron ustedes quienes me eligieron a mí, sino que fui yo quien los llamé”. Sentí esperanza al recordar que es el Señor quien da a la Iglesia pastores según su corazón. Pero también nos pide que recemos al dueño de la mies para que envíe obreros a su campo (cf. Jr 3,15).
Ese mismo día, después de las clases, decidí acercarme a la Plaza de San Pedro. Se había anunciado que alrededor de las 7:00 p.m. podría haber una primera fumata. Los cardenales habían ingresado a la Capilla Sixtina a eso de las 5:00 p.m. y, calculando aproximadamente 30 segundos por cardenal para el juramento —eran 133 votantes—, la ceremonia tomaría cerca de una hora.
Al llegar a la plaza, la expectativa era palpable. Los periodistas comentaban que el humo sería negro y que la elección seguramente no ocurriría hasta el día siguiente. A las 9:00 p.m., el viento y el frío comenzaron a sentirse con fuerza. Finalmente, vimos salir humo negro de la chimenea: no había Papa aún. Muchos reporteros comentaban que en la mañana era muy pronto para correr a la plaza, así que esperaban que ocurriera algo en la tarde siguiente. Por mi parte, me dije: “Primero Dios, mañana vuelvo después de clases”.
El jueves 8 de mayo, aunque cansado, regresé a la plaza con el corazón esperanzado. Entré por las columnas del brazo de Carlomagno y subí al área reservada para la prensa. Apenas me instalé, un griterío repentino nos sobresaltó: eran las 6:08 p.m. y, de pronto, vi el humo blanco. El momento más esperado había llegado. Muchos periodistas salieron corriendo para registrar el instante; las cámaras se alzaron, las voces se entrecortaban. En mi interior, solo podía repetir: ¡ya tenemos un nuevo Papa!
Después de una larga hora de espera, el cardenal protodiácono Dominique Mamberti apareció en el balcón de la Basílica Vaticana y anunció al mundo:
“Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus Papam: Eminentissimum ac Reverendissimum Dominum, Dominum Robertum Franciscum Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Prevost, qui sibi nomen imposuit Leonem XIV.”
Las reacciones no se hicieron esperar. Muchos italianos se preguntaban: “¿Quién es? ¿Es de Norteamérica? ¿Será amigo de Trump?” Pero cuando comenzó a hablar, nos ofreció un mensaje de paz. Y cuando habló en español, con acento latinoamericano, y mencionó a Chiclayo, no pude evitar emocionarme. Un cardenal nacido en Estados Unidos, sí, pero con un corazón profundamente latinoamericano.
Esta ha sido para mí una experiencia de fe. He sido testigo de cómo actúa el Espíritu Santo y de cómo guía a la Iglesia que Cristo fundó y confió al cuidado de Pedro. En medio del frío, la incertidumbre y las especulaciones, sentí en carne propia que Dios no abandona a su pueblo. Y en ese humo blanco, que ascendía al cielo romano, también ascendía la esperanza de millones.








