El padre Adrián Ruyán, ex becado por la AEH en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, es ahora Rector del Seminario Menor San José de la Diócesis de Sololá-Chimaltenango. En este centro de estudios, 34 seminaristas se forman actualmente y disciernen su vocación.

Para el padre Adrián, que estos jóvenes estén dispuestos a responder a la llamada de Dios es una bendición. No hay duda de que este seminario podría ser el semillero de sacerdotes de la diócesis e incluso de todo el país. Recuerda, además, que su vocación nació del testimonio de los sacerdotes que llegaban a la parroquia de su pueblo. Ya en el seminario, se daba cuenta de cómo la formación remarcaba la vida de cada pastor.
Sabe que la formación espiritual es clave: los seminaristas deben “Enamorarse de Dios porque de esto depende nuestro ministerio. Esto me impulsa a darlo todo por los jóvenes”. El seminario es un tiempo para la formación académica, pero sobre todo para la espiritual. “Nuestra gente necesita de sacerdotes que vivan su ministerio y tengan una formación mucho más profesional”.
Desde agosto de 2016 hasta junio de 2018, el padre Adrián tuvo la oportunidad de estudiar una Licenciatura en Teología Litúrgica en Roma, gracias al apoyo de AEH y sus donantes. Esta experiencia le ayudó a profundizar en el origen y la celebración de los Sacramentos, lo cual ayuda a dar razón de lo que hace y celebra un sacerdote y en qué creen los fieles católicos.
“Solo estar en Roma fue una bendición de Dios. Aquí todo se enlazó para llevar mi ministerio tal como Dios nos lo pide, consagrado a Él. Me ayudó a alimentar mi fe, me hizo entregarme y querer servir más».




«Nuestro párroco viene de Roma»
Antes de ser Rector del Seminario menor, fue párroco de la iglesia de San Pablo la Laguna. Esta comunidad dependía antes de San Pedro la Laguna, pero debido a la cantidad de pobladores, el Obispo erigió una parroquia y destinó al padre Adrián para atender a este territorio con 14 mil pobladores. El sacerdote recuerda con cariño cómo los fieles se sentían contentos: “Para la gente de San Pablo la Laguna, el hecho que su párroco viniera de Roma era un motivo de orgullo. Todas las parroquias esperan que su sacerdote esté bien formado”.
Una de las prioridades como párroco fue iniciar la formación sacramental. “En muchos casos, la gente se queda solo con la homilía del domingo y no tienen una formación sacramental o espiritual. Así que desde el inicio la organizamos y tratamos de tomar en cuenta a todos los grupos de la iglesia”.
Además de la formación y las celebraciones litúrgicas, para las comunidades es un motivo de orgullo que el párroco comparta con ellos. Los fieles se sienten agradecidos de que “El sacerdote los escuche, los atienda, esté con ellos en las alegrías y en los momentos de sufrimiento, de enfermedad. La gente queda animada y fortalecida en la fe”, comenta el padre Adrián.








¿La formación marca una diferencia?
El padre Adrián no duda al responder esta pregunta: “Nuestra gente necesita a pastores bien formados. Los sacerdotes debemos explicar y dar a conocer la doctrina tal como es, y para esto debemos profundizar”. Sin duda, es un bien para la iglesia: “Con la formación nosotros buscamos servir a quienes tienen hambre y sed de Dios”.






